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Albert Richter, con dos cojones.

Hay personajes en la historia que merecerían un sitio mejor, hay personajes que deben de haber hecho algo malo, qué se yo, atropellar viejecitas, bajarse pelis del emule, escribir en un blog.. Porque si no te dejan en evidencia al ver cómo tú ni en tus mejores sueños actuarías así, uno de estos es sin duda Albert Richter, “el campeón que dijo no”.

VerdumPongámonos para entrar en situación en la Alemania de los años treinta, ascenso imparable del nazismo, toda una generación de jóvenes alemanes crecidos bajo la humillación que para ellos supuso la derrota en la Gran Guerra y el Tratado de Versalles, caldo de cultivo para las ideas nazis, los deportistas no fueron ajenos a esta circunstancia, muchos sucumbieron ante la retórica de Hitler y todos, los que triunfaron, fueron usados como propaganda política, entre otros el mítico boxeador Max Schmeling, que llegó a participar como paracaidista en la II Guerra Mundial en el bando alemán.

Nuestro protagonista no fue excepción, Albert Richter fue, muy a su pesar, icono del poderío de la raza aria, poderío del eje, germinado también en los Juegos de Berlín, donde los atletas de la alianza nazi, Alemania, Japón e Italia dieron sopas con onda a sus rivales rusos, italianos y franceses.

Richter era un pistard, pero en aquellos años el ciclismo en pista era un deporte tremendamente popular en Alemania, Francia, Bélgica o los Países Bajos, los velódromos se llenaban y sus campeones eran estrellas mediáticas, no veamos pues a Richter como a un Llaneras actual, sino como un Contador, un Villa o un Verdasco.

Albert nació en Colonia, en octubre de 1912, de joven trabajaba en un taller familiar de artesanía, pero como a todos los jóvenes de la época el deporte le tiraba demasiado, así que como tantos otros empezó a entrenar y a competir de espaldas a la familia, sus buenos resultados hicieron que un entrenador, llamado Ernst Berliner, se fijara en él, da la casualidad de que Berliner era judío.

Convenció a Richter para que se fuera con él a París a entrenar y a competir, ya que París era al ciclismo de pista como Hollywood al cine o Bilbao a los grandes copuladores, Albert se integró enseguida de maravilla en la capital francesa, aprendió francés viendo cine, hizo amistad con otros pistards de la época, sobre todo con el belga Jef Scherens y el galo Louis Gérardin, hasta el punto de que eran conocidos como “Los tres mosqueteros”, poco a poco hizo méritos ya como profesional, consiguiendo buenos triunfos, entre otros el prestigioso Grand Prix parisino, o el campeonato nacional alemán que coleccionó año tras año.

Era de dominio público que Richter no comulgaba con el nazismo, entre otras cosas tenía un manager judío, cosa que en plenas leyes raciales no sentó nada bien al régimen, eso no impedía que como sucedía con otras estrellas Hitler aprovechara la imagen de Albert para mayor gloria del III Reich, esto fue norma a lo largo de la vida del ciclista, de puertas afuera era un orgullo, pero dentro de los círculos directivos en la Alemania nazi era un enemigo del cual cuidarse muy mucho.

Richter, saludoEl punto claro de enfrentamiento vino en los citados Juegos de Berlín, 1936, al contrario de todos sus compañeros de selección Richter se negó a vestir el nuevo maillot, con la esvástica en el pecho, en su lugar lució el antiguo maillot alemán, con el águila imperial, empeoró todo al negarse a realizar el saludo nazi, algo que ya había hecho en ocasiones, manteniendo el brazo pegado al muslo, algo inmortalizado en una fotografía legendaria:

Esto le hizo pasar directamente a la lista negra, se le conminó a cambiar de manager, pero Richter se negó, la relación que le unía a Berliner era demasiado estrecha, para el entrenador el ciclista era como un hijo, carecía de hijos varones y como tal adoptó a Albert, para este tanto Berliner como su familia fueron algo propio.

Berliner, ante el acoso que los judíos sufrían en Alemania, tuvo que exiliarse, en Holanda, esto no obstaculizó que en cada competición celebrada fuera de las fronteras germanas Richter siguiera colaborando con él, dando bofetada tras bofetada al régimen, estalló la guerra, y ante el peligro que corría, con visitas de la gestapo a su domicilio en colonia, decide huir a Suiza, llevando entre otras cosas cierta cantidad de dinero, pero fue traicionado, nunca se supo por quién, se especula con un rival deportivo local de los que sí abrazaron el nazismo.

En la frontera le esperaban y le registraron a tiro hecho, tras encontrar el dinero fue detenido acusado de contrabando con judíos, encarcelado en Lörrach fue inmediatamente ejecutado a tiros por la gestapo, esto se sabe mediante testimonios de testigos, ya que para evitar el escándalo fue inmediatamente enterrado y la versión propagandística del régimen fue que tras ser descubierto no pudo soportar la culpa y se ahorcó.

La familia fue advertida de que no aireara la muerte de Albert, los medios, todos controlados, siguieron las instrucciones a pies juntillas, pero el boca a boca fue imparable y centenares de personas acudieron a su funeral, indignados, pero atados de pies y manos, en Francia, por entonces aun libre, sí que tuvo repercusión la muerte, el asesinato, de Richter, pero la inminente invasión del ejército alemán hizo que el caso pasara desapercibido, a pesar de que en el país galo la figura de Richter era tremendamente popular, recordemos que vivió largas temporadas en París y consiguió allí grandes éxitos.

Berliner, tras la guerra, volvió a Alemania con el único propósito de que se investigara la muerte del ciclista, pero todos sus intentos fueron infructuosos, no obstante la historia limpió el nombre de Albert, sacó a la luz la verdad y en su homenaje se inauguró en 1997 un velódromo en su Colonia natal.

Esta es la historia, tremenda, de un ciclista con dos cojones bien puestos, valiente, temerario incluso, en una época en la que la juventud alemana sucumbía a los encantos del nazismo en masa él se mantuvo fiel a sus ideas, se negó a ingresar en el ejército, se negó a dejar a su entrenador de toda la vida, judío, a su amigo, en unos días en los que tener amigos judíos era casi pecado mortal, renegó de los símbolos nazis, compitió y ganó sobre las pistas, murió joven, cuando hablamos de las gestas deportivas de mitos como Merckx o Coppi, si hablamos de héroes, para mí sin duda si un ciclista se merece tal adjetivo es Albert Richter.

Posdata, Elvenking, italianos ellos, con base de power metal hacen una especie de folk bastante efectivo y potente, aunque nacieron a finales del siglo XX no fue hasta este cuando publicaron su primer disco, de su álbum «Two Tragedy Poets» este «My Own Spider’s Web», bastante melódico y tranquilito.