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Posts Tagged ‘Elvenking’

Flanagan, el hombre que tropieza en la misma piedra.

Mira que es listo, pero nada, siempre igual, toca hablar del género de terror, de cine, tú te preguntarás que si hablo de cine qué hace Flanagan en el título, porque el prota de una peli de terror siempre se llama Flanagan, tú, atento, te dirás, «si en la entrada dedicada al cine bélico dijo que el prota de las pelis de terror se llama Bobby», nada, te engañé, y te volverás a decir, «pues yo nunca he visto una peli de terror en la que el prota se llame Flanagan», ni puta idea tienes, que lo vayas sabiendo, siempre se llama Flanagan, y la prota Merikeit, Bobby es el amiguete chistoso que muere al principio.

La verdad es que uno no entiende muchas cosas de este género, cojones, que si son todas iguales, y son productos, en su mayoría, dirigidos a adolescentes, y son, casi siempre, adolescentes, los protas… sólo hay que contar dos y dos, ¿por qué cometen siempre los mismos errores?, ¿por qué nada más decir que es mejor permanecer todos juntos se va cada uno por un lado?, ¿por qué justo en ese momento a Flanagan le pica el nabo y se la quiere endiñar a Merikeit mientras Bobby, el muy idiota, baja a investigar, solo, al sótano?, joder, si al primero que se cepillan siempre lo hacen en el sótano, hay que ser gilipuertas.

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De Bilbao la hostia pues.

No sé si te he dicho alguna vez que soy de Bilbao, vale, de las afueras, pero de Bilbao, realmente todos somos de Bilbao, pero hay dos tipos de bilbaínos, los que somos de Bilbao Bilbao y los de las afueras, hasta Gamínedes o por ahí, aunque no llegue el metro todavía, cuestión de tiempo. Si eres seguidor o seguidora fiel de este estupendísimo blog te habrás percatado de que el sexo es parte importante del mismo, alguna vez incluso te habrás preguntado el por qué de dicha obsesión con el tema, bien, esto va, entre otras cosas, para dar respuesta a esa inquietud.

Hay algo propio de la idiosincrasia ya no del bilbaíno, sino del vasco en general, no follamos, en Euskadi no se folla, no hay manera, de chavales salías de fiesta y si tocabas una tetilla ya habías pillado, para mojar necesitabas al menos tres meses de comer la cabeza, cine, paseos por el parque, dos o tres visitas a Artxanda frustradas y demás. Alguna vez, corre el rumor vamos, se oye que hubo uno que salió de fiesta y en la misma noche, y sin pagar, ojo, puso el lomo en adobo, pero es como ese otro rumor de un restaurante barato en Vizcaya, meras especulaciones.

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«Strike Back», una fantasmada de las gordas.

Voy a hablarte de una serie británica, del canal Sky (ese que tiene un equipo ciclista), «Chris Ryan’s Strike Back», también conocida como «Strike Back» To Dry, la serie está basada en una novela escrita por ese tal Chris Ryan, un ex-soldado de las fuerzas especiales británicas, todo un machote vamos, la cosa es que tuvo éxito, lo bastante como para que de ella naciera otra serie, «Strike Back: Project Dawn» coproducida por la filial de HBO, Cinemax, pero de esta hablaremos en otro momento, por ahora nos centraremos en la original.

Strike Back Andrew Benson es la cabeza más visible de esta miniserie, de seis episodios, en tandas de dos, en cada uno de los episodios dobles se nos presenta una misión en un lugar diferente del globo, el reparto está encabezado por Richard Armitage, que estará presente en «The Hobbit» y que ha participado tanto en «Robin Hood» como en «Spooks», junto a él tenemos a Andrew Lincoln (el prota de «The Walking Dead», la veterana Orla Brady, que sale por ejemplo en «Fringe», Shelley Conn, «Terra Nova», Colin Salmon, de «Resident Evil» y Jodhi May, que para ponerle cara diremos que es la hermana pequeña de «El Último Mohicano».

Pues eso, tenemos tres episodios, Irak, Zimbabwe y Afganistán, hay problemas, un secuestro qué se yo, pues ahí mandamos a los geiperman de la Albion, te parece vivir un videojuego de esos, van ahí con sus fusiles de última generación abatiendo a cuantos malos salen, porque sí, los moros son malos, sólo se salvan como mucho los que ayudan a los guapos y democráticos occidentales, la cosa es que como son británicos y no americanos pues de vez en cuando la cagan, la cagan y es entonces cuando surge la figura de nuestro prota, que él sólo va y se encarga del primer caso, un secuestro de una periodista hija de un exministro del Reino Unido (capítulo de Irak) jamás será vencido, expulsado del cuerpo por haber causado involuntariamente tres bajas de compañeros pero readmitido porque es más chulo que nadie.

Luego Zimbabwe, ahora hay que sacar a un exsoldado británico acusado de intentar asesinar al presidente, todo extraoficial, por lo que mandamos de nuevo al superagente especial de las narices, el tercero, Afganistán, los talibanes piratean los misiles ingleses que en vez de caerles a ellos les caen a los americanos, eso que para muchos sería hasta deseable (sólo los yankis superan en nuestro odio a los franceses) para la inteligencia londinense es un problema y claro, quién mejor que nuestro héroe para arreglar las cosas.

No sé, quizá la culpa sea de los actores, que transmiten menos que Steven Seagal, la cosa es que intentan hasta perfilar un poco los personajes, un poco, sin exagerar, pero nada, en ese sentido la serie roza el patetismo, eso sí, al menos no se andan con rodeos, se ofrece lo que se ofrece, acción, sangre, golpes, tiros, todo muy moderno.

Lo malo es que como esto en teoría está basado en las memorias de alguien que ha vivido casos del estilo te esperabas algo más creíble, más realista, nada, olvídate, todo tópico al extremo, anda, que si pillo al que me dijo que la serie «era cojonuda» me lo cepillo, lo bueno es que como suelen serlo las series británicas es más bien cortita, y la esperanza es que como la continuación tiene el sello de una filial de HBO eso te da esperanzas de que mejore, di que para mejorar esto poco hace falta.

Elvenking para la posdata, en su versión más pegadiza y/o pastelosa, este es uno de esos temas comercialotes que suelen sacarse de la manga de vez en cuando los italianos, «The Divided Heart»

Albert Richter, con dos cojones.

Hay personajes en la historia que merecerían un sitio mejor, hay personajes que deben de haber hecho algo malo, qué se yo, atropellar viejecitas, bajarse pelis del emule, escribir en un blog.. Porque si no te dejan en evidencia al ver cómo tú ni en tus mejores sueños actuarías así, uno de estos es sin duda Albert Richter, “el campeón que dijo no”.

VerdumPongámonos para entrar en situación en la Alemania de los años treinta, ascenso imparable del nazismo, toda una generación de jóvenes alemanes crecidos bajo la humillación que para ellos supuso la derrota en la Gran Guerra y el Tratado de Versalles, caldo de cultivo para las ideas nazis, los deportistas no fueron ajenos a esta circunstancia, muchos sucumbieron ante la retórica de Hitler y todos, los que triunfaron, fueron usados como propaganda política, entre otros el mítico boxeador Max Schmeling, que llegó a participar como paracaidista en la II Guerra Mundial en el bando alemán.

Nuestro protagonista no fue excepción, Albert Richter fue, muy a su pesar, icono del poderío de la raza aria, poderío del eje, germinado también en los Juegos de Berlín, donde los atletas de la alianza nazi, Alemania, Japón e Italia dieron sopas con onda a sus rivales rusos, italianos y franceses.

Richter era un pistard, pero en aquellos años el ciclismo en pista era un deporte tremendamente popular en Alemania, Francia, Bélgica o los Países Bajos, los velódromos se llenaban y sus campeones eran estrellas mediáticas, no veamos pues a Richter como a un Llaneras actual, sino como un Contador, un Villa o un Verdasco.

Albert nació en Colonia, en octubre de 1912, de joven trabajaba en un taller familiar de artesanía, pero como a todos los jóvenes de la época el deporte le tiraba demasiado, así que como tantos otros empezó a entrenar y a competir de espaldas a la familia, sus buenos resultados hicieron que un entrenador, llamado Ernst Berliner, se fijara en él, da la casualidad de que Berliner era judío.

Convenció a Richter para que se fuera con él a París a entrenar y a competir, ya que París era al ciclismo de pista como Hollywood al cine o Bilbao a los grandes copuladores, Albert se integró enseguida de maravilla en la capital francesa, aprendió francés viendo cine, hizo amistad con otros pistards de la época, sobre todo con el belga Jef Scherens y el galo Louis Gérardin, hasta el punto de que eran conocidos como “Los tres mosqueteros”, poco a poco hizo méritos ya como profesional, consiguiendo buenos triunfos, entre otros el prestigioso Grand Prix parisino, o el campeonato nacional alemán que coleccionó año tras año.

Era de dominio público que Richter no comulgaba con el nazismo, entre otras cosas tenía un manager judío, cosa que en plenas leyes raciales no sentó nada bien al régimen, eso no impedía que como sucedía con otras estrellas Hitler aprovechara la imagen de Albert para mayor gloria del III Reich, esto fue norma a lo largo de la vida del ciclista, de puertas afuera era un orgullo, pero dentro de los círculos directivos en la Alemania nazi era un enemigo del cual cuidarse muy mucho.

Richter, saludoEl punto claro de enfrentamiento vino en los citados Juegos de Berlín, 1936, al contrario de todos sus compañeros de selección Richter se negó a vestir el nuevo maillot, con la esvástica en el pecho, en su lugar lució el antiguo maillot alemán, con el águila imperial, empeoró todo al negarse a realizar el saludo nazi, algo que ya había hecho en ocasiones, manteniendo el brazo pegado al muslo, algo inmortalizado en una fotografía legendaria:

Esto le hizo pasar directamente a la lista negra, se le conminó a cambiar de manager, pero Richter se negó, la relación que le unía a Berliner era demasiado estrecha, para el entrenador el ciclista era como un hijo, carecía de hijos varones y como tal adoptó a Albert, para este tanto Berliner como su familia fueron algo propio.

Berliner, ante el acoso que los judíos sufrían en Alemania, tuvo que exiliarse, en Holanda, esto no obstaculizó que en cada competición celebrada fuera de las fronteras germanas Richter siguiera colaborando con él, dando bofetada tras bofetada al régimen, estalló la guerra, y ante el peligro que corría, con visitas de la gestapo a su domicilio en colonia, decide huir a Suiza, llevando entre otras cosas cierta cantidad de dinero, pero fue traicionado, nunca se supo por quién, se especula con un rival deportivo local de los que sí abrazaron el nazismo.

En la frontera le esperaban y le registraron a tiro hecho, tras encontrar el dinero fue detenido acusado de contrabando con judíos, encarcelado en Lörrach fue inmediatamente ejecutado a tiros por la gestapo, esto se sabe mediante testimonios de testigos, ya que para evitar el escándalo fue inmediatamente enterrado y la versión propagandística del régimen fue que tras ser descubierto no pudo soportar la culpa y se ahorcó.

La familia fue advertida de que no aireara la muerte de Albert, los medios, todos controlados, siguieron las instrucciones a pies juntillas, pero el boca a boca fue imparable y centenares de personas acudieron a su funeral, indignados, pero atados de pies y manos, en Francia, por entonces aun libre, sí que tuvo repercusión la muerte, el asesinato, de Richter, pero la inminente invasión del ejército alemán hizo que el caso pasara desapercibido, a pesar de que en el país galo la figura de Richter era tremendamente popular, recordemos que vivió largas temporadas en París y consiguió allí grandes éxitos.

Berliner, tras la guerra, volvió a Alemania con el único propósito de que se investigara la muerte del ciclista, pero todos sus intentos fueron infructuosos, no obstante la historia limpió el nombre de Albert, sacó a la luz la verdad y en su homenaje se inauguró en 1997 un velódromo en su Colonia natal.

Esta es la historia, tremenda, de un ciclista con dos cojones bien puestos, valiente, temerario incluso, en una época en la que la juventud alemana sucumbía a los encantos del nazismo en masa él se mantuvo fiel a sus ideas, se negó a ingresar en el ejército, se negó a dejar a su entrenador de toda la vida, judío, a su amigo, en unos días en los que tener amigos judíos era casi pecado mortal, renegó de los símbolos nazis, compitió y ganó sobre las pistas, murió joven, cuando hablamos de las gestas deportivas de mitos como Merckx o Coppi, si hablamos de héroes, para mí sin duda si un ciclista se merece tal adjetivo es Albert Richter.

Posdata, Elvenking, italianos ellos, con base de power metal hacen una especie de folk bastante efectivo y potente, aunque nacieron a finales del siglo XX no fue hasta este cuando publicaron su primer disco, de su álbum «Two Tragedy Poets» este «My Own Spider’s Web», bastante melódico y tranquilito.

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