Sí señor, el final con sexo.

Flanagan recapacita y en el último momento decide volver junto a Merikeit, por el camino acaba con todos los malos, le cambia el aceite a Pascualo, echa la primitiva y hace diversas cosas de héroe, como por ejemplo bajar gatos de lo alto de los árboles, aguantar a un plasta de bar contando el chiste del negro que se tira del avión y esas cosas.

Llega el héroe a casa, le abre la puerta Merikeit, en pelotas, no como su madre la trajo al mundo porque si nace así la destroza, despampanante hembra, metro setenta, curvas curveantes, morritos de piñón, gluteos firmes como Gallardón con la ley del aborto, «ven héroe mío, ven, que te voy a sexear hasta que revientes».

Y vaya que lo sexea, a base de bien, pim pam pim pam, a todo esto, te dirás que qué coño pasó con la abejita, la última abejita, pues la pobre al ser la última estaba preocupada por ver si podría dar la suficiente miel, pero sobre todo por su jubilación, que además se sentía sola y tal, pues va Flanagan y también se la cepilla, menudo bacanal, ahí dándole a la abeja mientras esta aleteaba de placer sin parar.

A los pocos días millones de abejas Flanagan poblaban el planeta dando la más exquisita de las mieles, envidiosas las hormigas empezaron a matarse entre ellas para ser la última y poder ser inseminada por Flanagan y así crear una superraza de hormigas, pero nuestro héroe una vez cumplida la misión se dedicó el resto de su existencia a aparearse sin parar con Merikeit, acabaron con todas las perdices de lo felices que eran, menos una, a la que obviamente se cepilló, con la mala suerte de que era un macho «estos humanos siempre dando por culo».

FIN (obviamente el bueno, el que tiene sexo)

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