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Los verdaderos vampiros.
La literatura, el cine y la tele nos han dado mil muestras de seres que escapan a la muerte, esquivándola, volviendo de ella, como sea, seamos serios, si nos dan a elegir ninguno elegiríamos ser un zombi tipo «The Walking Dead», ahí arrastrándonos sin sentido, malcomiendo y todas esas cosas, ahora, si nos dices de convertirnos en Drácula o Lestat la cosa cambia, los vampiros, seres poderosos, inmortales. Inmortales no, porque todos sabemos cómo mueren, la estaquita, el sol, la cabeza cercenada… Pero unos cuántos siglos ya aguantas, eso es tener clase, ser un vampiro, por el día sobando, por la noche de juerga, a chupar sangre y demás.
Si yo te pregunto, ¿existen o han existido los vampiros? La respuesta es obvia, más allá de los Vlad Tepes o Isabel Báthory no parece, existieron y seguro existirán colgados como ellos o peores, que se crean vampiros y beban sangre humana asesinando si es preciso, algún caso en la historia ha habido no te creas, nueva muestra de lo atractivo que nos resulta ser un vampiro, pocos colgados van de zombis.
«True Blood» y la vuelta a los orígenes.
Pues nada, que me he visto la quinta temporada de «True Blood», la serie que Allan Ball, creador de esa maravilla llamada «Six Feet Under», hizo para la HBO, de las anteriores ya te conté en su momento, aquí y aquí, veníamos de una cuarta temporada desesperante casi, donde aparecían bichos raros a tutiplén, perdiendo la cosa claramente la esencia, ser una serie sobre vampiros.
Así pues uno esperaba con ansia esta nueva entrega, donde se suponía que esos, los vampiros, volverían a ser los protagonistas casi absolutos del asunto, dejándonos de hadas y chuminadas, coño, que daba la sensación de que de seguir a ese ritmo aparecerían ya gnomos, trolls, los tres cerditos y hasta algún ser en extinción como periodistas objetivos. Es curioso lo de esta «True Blood», no alcanza ni de lejos la calidad de otras series hermanas de canal, pero engancha que no veas, si no te la tomas en serio es disfrutable como pocas, escenas que se pasan volando, acción a raudales, ritmo desenfrenado, sangre y sexo más o menos explícitos, hasta la música influye en que todo transcurra con una agilidad fuera de lo normal.
El amor nunca muere.
Ahora que parece que el canal Starz planea, entre otras, una revisión del mito de Drácula, encargada según parece al creador de la saga «Spartacus», Steven S. DeKnight, y que la NBC baraja otro proyecto sobre la figura del vampiro y con Jonathan Rhis Meyers como cabeza del reparto me ha dado por recordar cierta peli del año 1992, peli que seguro que has visto.
¿Sabes?, detrás de esta apariencia de chico malote, de tipo duro y soez, de desagradable incluso, vil, egoísta, cabrón y todos los calificativos que resumen mi personalidad hay escondido un lado sensible, romántico, y ojo, no me refiero a robar flores a las vendedoras más cojas, no, un romántico de verdad. Es por ello por lo que a uno le gustan ciertas películas, que bajo una apariencia de terror gótico esconden el amor verdadero, pelis como «Drácula de Bram Stoker», de Francis Ford Coppola.
Aunque a “Drácula el del gran estoque” deberías darle una oportunidad también, que es una peli muy buena.
«True Blood», sí, pero no.
«True Blood», o «Sangre Fresca», como se ha llamado en cristianés, es otra de las series de esa fábrica de talento que es la HBO, una revisión más al tema vampírico, con su punto de originalidad, en su planteamiento me refiero, los vampiros salen a la luz, solo a la pública, la otra, la del sol, les sigue matando, tratándose de integrar entre el resto de seres más o menos mortales.
Es curioso, por lo que he podido leer debe de ser de las series de la HBO con mejores audiencias, cuando de todas las que he visto, que son bastantes, es sin duda de las más flojas, eso sí, me puedo explicar el por qué de semejante éxito, al contrario de otras series en esta abundan los tíos y las tías buenas, con lo que las recurrentes escenas de folleteo ganan bastante, sobre todo los que están más buenos son ellos, con lo que imagino a miles de jovencitas ovulando en cada episodio deseando ser clavadas por los dientes o vete tú a saber qué parte del vampiro macizo de turno, en definitiva, me da que el espectador medio de esta serie, sobre todo al principio, es parecido al de Crepúsculo.
Eso sí, los títulos de crédito curraditos, esta serie es obra de Allan Ball, creador de «Six Feet Under», con lo que te descolocas bastante, ya que si esperas algo parecido a aquella vas apañao, eso sí, el guión está escrito en base a las novelas de Charlaine Harris.
Una de las grandes pegas que le veo yo a True Blood son los personajes, no sé si es que están mal perfilados o mal interpretados, y sobre todo los dos protagonistas, la camarera Sookie Stackhouse y el vampiro Bill Compton (Stephen Moyer), y eso que Sookie está interpretada por nada más y nada menos que Anna Paquin, ganadora de un oscar por El Piano, claro que esto es igual a cuando un colega en mis años mozos presumía de salir con una modelo, sí, modelo fue, pero de patucos, cuando era cría, cuando salió con mi colega era más fea que mandar a la abuelita a por drogas, en este caso me da que sucede algo parecido, a la niña Paquin le dan el oscar y luego todo lo hace bien, pues no, para mí es una bastante mala actriz.
La historia en su arranque se basa mucho en la relación de amor de la camarera y el vampiro, con lo cual flojea, porque además no hay química entre ellos, curiosamente deben de ser pareja, luego, a medida que avanza la cosa, mejora, pero mejora porque se le va dando más importancia a otros personajes, a otras tramas, haciéndola más coral, te sigues quedando con las ganas de ahostiar a más de un personaje, por gilipollas, pero en fin, que se deja ver y entretiene.
Vamos con los personajes, tenemos al hermano follarín de la Sookie, Ryan Kwanten, tenemos a la amiga negra, Rutina Wesley, al sheriff local de los vampiros, por supuesto también como un queso (Alexander Skarsgård, visto en «Generation Kill»), Sam Trammell interpreta a Merlotte, dueño del bareto, curioso tipo, «cambiante», se convierte en animalillos varios, osea que ya no es el único que sale del armario el vampiro, en realidad al final resulta que en ese pequeño pueblo de Louisiana donde transcurre la historia han ido a parar vampiros, cambiantes, brujas malas, hombres lobo, hombres pantera, ninfas, pitufos, suegras con thermomix.. Qué curioso, todos en el mismo pueblo.
Sigamos, tenemos al sheriff de verdad, el no vampiro, comienza William Sanderson ( «Deadwood» ) en el puesto y se lo pasa luego a su ayudante, Chris Bauer ( «The Wire» ), no son ambos ejemplo de efectividad y como no están buenos tampoco acaparan escenas, tenemos al homosexual que por contrato aparece en toda serie HBO, interpretado por Nelsan Ellis, este al menos sí es un personaje interesante, tenemos al «maestro» de los vampiros, Željko Ivanek («OZ»), a la vampira novel cachondona, Deborah Ann Woll, a la vampira (perdón coño, vampiresa) más vieja pero como no envejecen igual de follable, Kristin Bauer, o a Joe Manganiello, qué raro, también guaperas, como hombre lobo que le va oliendo el ojal a la Sookie.
Hay decenas de personajes más claro, algunos con más peso que otro, la mayoría sacados de un casting de modelos, gente rara en su mayoría, es una serie fantástica 100 %, quizá la pega sea que con HBO detrás y el Ball como responsable te esperabas algo que partiendo, eso sí, de una premisa tan increíble como los vampiros, tuviera un tratamiento realista, verosímil. Yo me he visto las tres primeras temporadas, la cuarta ya está en emisión y hay una quinta ya encargada, por lo tanto tenemos colmillos como para parar un tren y para rato.
Lo bueno que tiene el asunto es que para disfrutar de esta serie te hacen falta bastantes menos neuronas que para hacerlo de «The Wire» , recomendable sería hacerte con un resumen de la primera temporada y empezar a verla desde la segunda, pero vamos, que seguramente las habrá peores.
Stravaganzza para la posdata, adecuado porque estos suelen ser bastante del rollo gótico, madrileños ellos llevan poco más de un lustro como banda y ya se han asentado entre los grupos españoles más punteros, tienen clase, como lo demuestran en esta «Máscara de Seducción»: