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El hombre que le daba a los poemas flácidamente, pero con amor propio.
«Querida, tú, para mí, fuiste un puerto en el que cobijarme, tus ojos los faros que me mostraron el camino, tus pechos los amarres donde asegurar mi estancia, tu sexo el lugar ideal para encallarme». «Querida, al igual que una tormenta hizo que llegara a ti, otra hizo que recalara en esta espectacular rubia que tiene no dos, sino cuatro faros, pues tales pezones iluminan mi vista como frágiles luciérnagas en el caminar de la vida.» «¿No es, acaso, cierto que ayer la tempestad llegó a nuestro matrimonio?, ¿es mentira que palabras gruesas separaron tu gruesa existencia de mi vida?».
Merikeit tardó en reponerse, del susto e impresión, la imagen de su querido Manolo en brazos de una exuberante rubia vestida sucintamente estuvo cerca de desesperarla y provocar que salieran de su boca improperios, mas tras contar hasta 9, que hasta 10 no pudo, logró articular un par de frases cuidadas a la par que respetuosas.