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El cine te debe una, cabronazo.
Hay personajes históricos que inspiran películas, la gran mayoría son héroes, militares o civiles, gente que durante su vida o bien hizo cosas extraordinarias (porque por llevar vidas como la mía nadie te recuerda), o la literatura, la leyenda, o vete a saber qué, hace que una vida mediana se convierta por arte de magia en una vida meritoria, hay también veces en las que el retratado en el cine es una figura histórica de esas a las que te gustaría ahostiar, pero con la espalda bien cubierta, porque en el fondo te dan miedo, son como la suegra, la odias, pero llega el domingo y vas a su casa como un corderito y le dices lo ricos que están los garbanzos.
Hay, claro, muchos personajes históricos a los que el cine les debe una, héroes como Albert Richter, de quien ya hablamos, hablé mejor dicho, o Von Lettow, pero también personajes siniestros con una historia siniestra, como el protagonista de este post, Maks Luburic.
II Guerra Mundial, la Alemania Nazi controla media Europa, siembra el terror en sus campos de trabajo, de concentración y exterminio, pero es que además esto es como el colega chungo que no quieres para tus hijos, contagia de su fiebre exterminadora cuantas tierras conquista, casos se dieron por ejemplo en los ahora países bálticos, y casos se dieron en los Balcanes, en su momento ya hablamos que en la anterior guerra mundial los Balcanes fueron, aparte de casus belli, escenarios de alguna de las grandes vergüenzas del siglo, bien, cuando en los años 90 la guerra sacudió la zona y se desató el odio amontonado quizá no se entendió que ese odio llevaba ahí decenas y decenas, por no decir centenares, de años, entre otras cosas gracias a gente como Ante Pavelic.
El Ante Pavelic este gobernó un estado títere de la Alemania hitleriana, Estado Independiente de Croacia lo llamaron, nacionalista croata el tipo tenía una larga historia detrás suyo, asesinatos incluidos, cuando aprovechó la invasión de su tierra por las tropas alemanas e italianas para hacerse cargo del gobierno de esa nueva nación, que reprodujo el modelo de estado italiano y alemán, y claro, reprodujo también la limpieza étnica y los asesinatos masivos, ahí entra nuestro prota, Luburic, Maks el carnicero.
El tipo dirigió el campo de concentración de Jasenovac, el mayor campo de exterminio de la zona, donde serbios sobre todo, pero también judíos, comunistas, eslovenos, musulmanes y enemigos políticos fueron masacrados, el número, pues como en las manifas, según quien los cuente desde unas cuantas decenas de miles hasta prácticamente un millón de personas, en todo caso una cifra que se podría calcular en un «ni pa tí ni pa mí» en 500.000 personas, ya sea dentro del campo propiamente dicho o en los alrededores, donde se dio pasaporte a muchos.
Por dar algún ejemplo de la barbarie sufrida allí, había la costumbre, entre los guardias, de según llegaban prisioneros, ir rebanándoles el cuello, ganando la competición obviamente quien más degollaba, un tal Petar Brzica tenía el record con más de 1.300 prisioneros con el cuello rajado en un sólo día, otra costumbre era arrojar a los prisioneros a hogueras, para que ardieran vivos, homenaje sin duda a la quema de brujas medieval, echarlos al río para que se ahogaran (pasaban de un extremo a otro sin despeinarse) o romperles el cráneo con un martillo, a las mujeres obviamente se las violaba antes de darles el destino elegido, eso sí, cuando se recibía la visita de periodistas extranjeros, o de la cruz roja, todo era distinto, comentan también que se despedazaban los cadáveres, incluso se ofrecían en carnicerías cercanas pedazos de carne humana, se echaba sal a las heridas de los presos, metían clavos ardiendo entre la carne y las uñas, empalaron niños… puede, seguro, que muchos de estos actos sean más cosas de la leyenda negra que la Ustasha, el movimiento, policía secreta carcelarios croatas, dejó entre la población civil, en cualquier caso con que se cumplieran la mitad ya sería un horror inconcebible.
Hay que decir también que las milicias chetniks pro-serbias tampoco es que fueran hermanitas de la caridad, enemigos acérrimos de la Ustasha torturaron, violaron y asesinaron a miles de hombres, mujeres y niños croatas, de cualquier forma valga esto como siempre, para entender el odio mutuo, nunca para justificarlo.
Maks visitó los campos alemanes, concretamente Auschwitz, para hacerse una idea de cómo se hacían estas cosas, pero hasta los propios enviados nazis que visitaron el campo se refirieron a él como «epítome del horror» o «uno de los campos más horribles, solo comparable al infierno de Dante», sobre el director del campo dijeron lindezas como “sádico extremo” y de “enfermo mental”, cuando el campo estaba a punto de ser liberado Vjekoslav (Maks) Luburic mandó asesinar a los prisioneros que quedaban y dinamitar el campo, huyendo a salvar el pellejo, y tras pasar por varios países europeos llegó a España, curiosamente como su «jefe», Pavelic, se ve que en aquella época la España de Franco no tenía gran pega en acoger a gente de esta calaña.
Y ahí comienza la segunda parte de la historia, en la que asoma Ilija Stanic y donde asoma el nombre de Vicente Pérez García, este último fue el elegido por Luburic para establecerse en Valencia, se casó, fue padre y esposo amante, dueño de una imprenta, aun con su nombre español siguió en la política, usando su imprenta para dar cancha a sus ideas, en esa imprenta comenzó a trabajar Stanic, este era un agente secreto de la Yugoslavia de Tito, los servicios secretos localizaron a Luburic y le enviaron para darle papeleta, se dice que le envenenó usando café, que nunca fue detenido y que regresó como un héroe a su país, más menos como los armenios que persiguieron y cazaron a varios turcos responsables del genocidio de su pueblo en la I Guerra Mundial.
Pero he aquí que en esta historia incluso el final es bastante menos heroico de lo que se cuenta, Francesc Bayarri es un periodista valenciano que dijo haber encontrado, años después de 1969 (cuando murió Luburic) a Stanic, en la entrevista que este concedió a Bayarri la historia cambia respecto a la versión dada por Yugoslavia, “Cita a Sarajevo” es la novela donde se cuenta esta nueva versión de los hechos, según esta Stanic no mató al asesino croata, que sólo fue un colaborador, da dos nombres como brazos ejecutores, Nikola y Vladimir, de los que nunca se ha sabido nada, que realmente no fueron motivos políticos los que le impulsaron a hacerlo, que incluso llegó a admirar a Luburic, que si lo hizo fue por agravios que este tuvo en el pasado con su padre.
Realmente es imposible saber cuál es la verdad, puede que Stanic no la contara tras tantos años a un periodista extranjero por vete a saber qué motivos, en cualquier caso no me digas tú que esta historia no da para una película, trágica si, pero ahora con tantas secuelas, remakes y similares este es un auténtico guión presto a ser llevado a la gran pantalla.
Posdata, Sirenia, ya han salido, el tema: «The Other Side»: