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Roncesvalles y las mentiras del arte.
Bueno, voy a hablarte de la mal llamada Batalla de Roncesvalles, del «Cantar de Roldán» («La Chanson de Roland», en gavachés), la verdad es que no sabía cómo empezar, pero creo que un ejemplo viene bien como prólogo, tú imagina que te digo que el otro día me zurré con dos tipos rudos, que les hice polvo, a uno le di con mis pelotas en sus rodillas y al otro con mis ojos en sus puños, si no llegan a rescatarlos es probable que ambos hubieran acabado mal. Como la fuente de los hechos es todo un líder de opinión te lo creerás a pies juntillas, pero quizá no deberías.
En varias ocasiones en este blog te he hablado de pelis históricas y de cómo suelen ser más que inexactas a la hora de abordar la historia, pero esta historia de Roncesvalles es el mejor ejemplo de que esto, que el arte en sus diversas formas, siempre ha tratado los hechos históricos de aquella manera, y lo que es peor, casi siempre con motivaciones políticas, intentaré no enrollarme mucho.
La orden del temple.
Pues esta es una de esas entradas por encargo, Inmagina tiene la culpa, hablábamos de merovingios y sus cosillas y ella requirió de mis dotes de historiador para echar luz sobre la figura de los caballeros templarios, o la orden del temple, como se les conoce, ¿por qué temple?, por su pachorra, a temple no les ganaba nadie, cojonazos más bien, vagos, empezaba la batalla, les llamaban y ellos, «uff, qué pereza, ahora vamos coño, cagaprisas».
Pero, no te voy a hablar de las andanzas de sus caballeros por las cruzadas, protegiendo las caravanas de peregrinos, o como dicen las malas lenguas atacando las de los moros, árabes si tienen dinero, ya sabes, ni de sus leyendas, sus andanzas monetarias, sus intrigas políticas, realmente hablar de todo ello en una sola entrada resulta imposible, por lo que directamente ni entraré, me limitaré a contaros mi versión de los hechos que acabaron con la orden como tal, aunque ahora hay como doscientas mil que dicen ser organizaciones herederas, unos hechos que realmente merece la pena ser contados y tergiversados claro.