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«Boardwalk», la cuarta y parece que fue ayer.
Toca cuarta temporada de «Boardwalk Empire», la para mí grandísima serie y cuya última temporada colmó de sobra todas mis expectativas, que eran altas además, toca volver a los años 20, a la ley seca, las mafias de toda la vida, a una de esas series especiales, no aptas para todos los públicos, muy HBO, reposada, con sus momentazos claro, pero sin sacrificar el gusto de contar las cosas por aquello del ritmo y demás.
Decir que eso, veníamos de una temporada colosal, donde «Nucky» volvió a levantarse desde lo más bajo y recuperó todo su poder e influencia, ganotas pues de ver la cuarta, sabiendo como sabemos que la quinta temporada será la última, lo cuál qué quieres que te diga, daría mucha más pena si no fuera por la aparición de «True Detective», serión impresionante de la que me ocuparé en breve.
«The Newsroom», buscando más chicha.
Toca visionado de la segunda temporada de «The Newsroom», una serie que recordemos viene de la mano del famosete Aaron Sorkin y que cuenta con el sello de nada más y nada menos de la HBO, una serie que en su primera temporada la verdad es que me gustó, pero gustándome le veía más de una carencia, no reconocía el sello de su santa casa por ningún lado, no hablo ya de la falta absoluta de sexo y violencia, que son para la HBO como los petardos para una nochevieja, eso lo podría perdonar con mucha facilidad.
Me refiero más a esa falta de grises, de mala leche en la trama, de dibujar una tele casi utópica, donde todos sus miembros se mueven en la más rigurosa profesionalidad, le quitaba gran credibilidad a la historia ese buenrollismo pasteloso, pero en fin, que tenía sus virtudes también para qué negarlo, ritmo, buena química entre los personajes y más ritmo, eso es sobre todo lo que me quedó en el recuerdo de la primera entrega, con esta segunda lo dicho, a ver si pulía defectos y se iba convirtiendo en una buena serie, que algo le faltaba.
Me han tocado los cojones.
No literalmente claro, es curioso, cuando se dice a alguien «cómemela» es una ofensa, es molesto, para quien recibe la cosa, parece que preferimos que nos coman el tema al que nos lo toquen, curioso.
Valga esto como una gratuita, en todos los sentidos, reflexión extra, ya que la entrada no va de esas cosas, va de censura, que la hay, de morro, pero no me niegues que no se agradece entrar y de la misma leer esa sesuda primera parte llena de sabiduría e ingenio, soy la hostia.
Pero vamos a lo que vamos, Hace unos días, meses para cuando esto salga a la luz, cosa del eterno acumule de entradas por publicar, recibo una propuesta de una página web para escribir unos articulillos, da igual la página, evidentemente de medio pelo, no digo esto por venganza, lo digo porque solo una página de medio pelo podría interesarse en alguien como yo.
Cómo convertirse en papa en un santiamén.
Hace unos meses tuvimos nuevo papa, Francisco, a secas, uno escuchaba voces, no en mi cabeza, en la calle, «que si siempre eligen a un señor muy mayor», «que si todos los papas son unos carcamales»… lo que hace la ignorancia, será ahora en todo caso, no siempre fue así, hubo tiempos en los que los papas eran mucho más jóvenes, también es cierto que hubo tiempos en los que los papas eran elegidos de aquella manera, ejemplo tenemos en Alejandro VI por ejemplo, el de «Los Borgia».
Bien, pues vamos a dedicar un rato a hablar de algún papa cuyo ascenso a la cima eclesiástica fue rauda y veloz pero a base de bien, papas elegidos de aquella manera, di que uno no sabe bien en qué consiste eso de elegir papas, se supone que Dios les ilumina o les habla a los cardenales, pero de ser así no habría falta más que una votación porque les diría el mismo nombre a todos, en fin, a lo que vamos, Benedicto, pero no el XVI, el IX, que tuvo una historia la verdad bastante más interesante, al menos para mí.
La goitibera.
Es curioso, cuando te pones a contar batallitas de tus años mozos sabes de sobra que esas cosas se la pelan a todo el mundo menos a ti, aun así me gusta contarlas, a medida que escribo voy recordando historietas, anécdotas, cosillas de una época irrepetible, la niñez, qué felicidad ser niño, estaba el cole, un coñazo, pero luego, ay luego, luego era vida.
Ya en su día te hablé de la pistola de pinzas, un juguete más de los muchos que tenías que hacerte si querías tenerlos, como los tirachinas y los tiragomas, que aunque parezca lo mismo es obvio que no, uno tira chinas y el otro gomas, uno de nuestros juguetes favoritos era sin duda alguna la goitibera.
¿Qué es una goitibera?, pues más o menos lo de la imagen, ahora las hacen ya de cojones, pero de aquellas pues eso, «asín», no tan cutre, con dos ruedas adelante, el sillín con esponja forrada para hacerlo más cómodo, pero eso, «Goitik Behera», de arriba a abajo en euskera, de ahí viene el nombre del artilugio, que seguramente exista con otro nombre en el resto del mundo, obviamente no se compraban, se hacían, pillabas unos palos, unos rodamientos y unas puntas y ya tenías tu bólido, porque de eso se trataba, de tener una cosa por la que tirarte monte abajo.
En eso consistía el entretenimiento, en subir la cuesta andando y bajarla con la «goiti», cuando la cuesta te aburría al monte, ojo, pedazo monte, no muy alto, 300 metros, pero la carretera no llegaba a los dos kilómetros, unas rampas acojonantes, y sin frenos, las zapatillas, así luego llegabas a casa y tu madre a medida que le faltaba suela a la tuya desgastaba la suya en tus honorables posaderas.
Ahí, en el monte, lo que molaba era bajar de noche, a oscuras, nada de farolas, eso era para los ricos, claro, era monte de vacas, esquivar ñordas de noche y a toda hostia era complicado, menos mal que siempre estaba el fantasma que se tiraba ahí sin conocimiento, «ja ja ja, que os paso» y se comía la mayor parte de las mierdas, este era el mismo al que veías hostiado en cualquier curva, porque claro, girar no era sencillo.
Ese era otro problema, las hostias, en el monte pues nada, salvo un precipicio la cosa no tenía mayor problema, las campas te solían recibir con su blandita hierba, pero bajando por las calles del barrio era otra cosa, porque aunque no había mucho coche alguno te cruzabas, o el autobús, que era peor, entonces no quedaba que tirarte a la cuneta, o eso o darte de morros, ¿qué pasaba?, pues que frenar era complicado, si ponías el pie contra la rueda de un coche aparcado pues eso, que te dejabas el tobillo tibio.
Y eso me pasó un día, que de una mala frenada se me puso el tobillo como los cojones de un grillo, negros no, lo siguiente, pero, si vas a casa y le dices a tu madre que te has hecho una avería en el pie por culpa de la superprohibida goitibera…. vamos, que el tobillo ya no te iba a doler. Entonces llegaba yo ahí disimulando el dolor, como si fuera tonta….
Qué manía tienen las madres de arreglarlo todo con unas friegas, cogía el aceite, te ataba a la cama y ala, a apretar el tobillo hinchado, coño, que duele más aun cojones, «¿te descansa hijo?» y tú solo porque lo dejara, «si ya no me duele mamá», nada, no daba credibilidad alguna a tus palabras, pues no preguntes, venga ahí a hincar los dedos, tú ya no es que vieras estrellas, veías hasta la gravilla de los asteroides.
Pero qué tiempos, qué pasada bajar con tu goiti desde lo alto de la carretera, porque encima metía un ruido del copón bendito, te sentías Fitipaldi, pedazo juguete barato barato, pero con un valor incalculable, una de las muchas cosas que nos hacían felices de niños.
Muy poco después de esa época fue cuando descubrimos a Barón Rojo, una de las bandas españolas más míticas, «Tierra de Nadie» es, pues eso, de sus temas más reconocidos, la letra la sé de memoria, la habré escuchado miles de veces, sensacional.
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