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Teodorico el del glande.
Cuando acabó por perecer el imperio romano de occidente más menos se entiende que acabó la Edad Antigua y comenzó la Edad Media, en esos primeros años de la llamada «Alta Edad Media» vivió un señor llamado Teodorico, que la verdad, fue todo un personaje, como tantos otros de la época quizá no pasara a la historia con letras mayúsculas, en realidad en esos siglos pocos pasaron a la historia así con muchas entradas en los blogs, parece ser que desde que los romanos dejaron de ser la polla y hasta la época de las cruzadas apenas pasó nada interesante, pues no, de algunas te he hablado ya y hoy te hablaré de más.
Teodorico el Grande, no glande, el título es engañoso como tantas veces, lo más complicado para hablar de él es sin duda hacerlo sin enrollarte, decir que uno tiene la sensación de que la historia ha sido demasiado generosa con él, se le pone de tipo conciliador y tal, de firme defensor de las alianzas entre pueblos y tal, ejemplo de prudencia y tal, en fin, que si lo dicen será verdad, mas no tengo yo muy claro el tema.
Los Merovingios, esos injústamente «Reyes perdidos».
Bueno, pues retomamos la historia, todo «gracias» a mis queridos y admirados, mas injustamente infraponderados Almaleonor y Juan, quienes en la entrada dedicada a los los hunos y Atila mencionaron a los «Merovingios», pues nada, lo tomé como una sugerencia, vamos pues con la gente esta.
Reconozco que poco o nada, salvo el nombre, que te suena, sabía yo de los Merovingios, así que lo primero es hacerte con un buen documental al respecto, internet es la solución, coño, «Tres Merovingias y un cipotón», pues vale, a verla.
Curiosa sociedad esa merovingia, matriarcal, salen más tías que tíos en el documental, siempre iban en pelotas, ellas se dedicaban a magrearse los senos mientras ataban al mozo a una silla, debía de ser una sociedad muy avanzada, ya que dominaban la vestimenta de latex, y pilas tenían, porque el consolador era de los vibratorios. Estaba viendo yo ahí atentamente el documental cuando entró la parienta y me mira, mira la tele, me mira otra vez, deja el bolso, suspira, estira el brazo, calienta, me vuelve a mirar y me suelta una hostia como un pan de pueblo.
Date obolum Belisario.
Alejandro Magno, Atila, Gengis Kan, Torrebruno, todos ellos tienen en común el haber pasado a la historia como grandes conquistadores, grandes nombres de leyenda, curiosamente hubo otros que haciendo cosas parecidas han visto su nombre oscurecido, ignorado, bueno, en realidad no lo han visto porque ya estaban muertos, pero es un decir, un recurso literario que usamos los que dominamos el arte de las letras.
Para los que no tenéis ni zorra idea de arte eso que sale en la imagen es un cuadro, llamado «Belisario pidiendo limosna», de un tal David, pero no el famoso «David de Miguel Ángel» no, ni de «Leonardo Davicín», es de un tal Jacques-Louis David, francés él, muy majo, éramos íntimos, evidentemente está hecho basándose en una figura histórica de primer nivel, Flavio Belisario.
Siglo VI (uve palito, significa sexto y se llamó así en honor del gran Camilo Sexto), el Imperio Romano ya no existe, hacía tiempo que se separó en dos porque Salomón no logró convencer a ninguno de los pretendientes que renunciara a la custodia del crío, y el Occidental había caído en manos de las tribus bárbaras, el Oriental se había convertido en el Imperio Bizantino, y ahí surge la figura del último gran emperador, Justiniano I (palito, el que me gustaría echar), este, bajo su mandato, hizo algo realmente histórico, recuperar gran parte del otrora (qué pedazo palabra ¿eh?, digna de mí, sin duda) glorioso Imperio Romano, recuperó toda la península italiana, las costas del Adriático, la gran mayoría de islas mediterráneas, prácticamente todo el norte de África y la parte sudeste de la península ibérica.
Pero, ¿lo hizo él?, no, se valió para ello de figuras como nuestro protagonista, Belisario, nombrado por Justiniano jefe de las fuerzas imperiales, hay que decir que ambos se conocían desde jóvenes, que tenían bastantes cosas en común, la visión de un nuevo gran Imperio al estilo del antiguo de Roma, pero también cosas más de andar por casa, como el casarse con dos mujeres de esas de costumbres relajadas (unos putones que se diría hoy), Teodora (con el general) y Antonina (con el emperador), así que podemos decir que el Belisario este era como la mano derecha del emperador, y sí, consiguieron sus objetivos gloriosos, de sobra.
Belisario destacó enseguida como un gran genio militar, ganando batallas allí por donde iba, y lo hizo a pesar de que el emperador no hacía más que putearle, no le mandaba apenas refuerzos, equipación, por no darle no le daba ni el apoyo moral y político, es más hasta mandaba a otros generales para que le hicieran sombra, Justiniano no dejaba de ser un tío (sí, ya entonces se usaba esta terminología de hoy en día y si no lo crees ve «hispania» y sus «a que te metus») bastante mediocre y estaba celoso de la fama que Belisario iba adquiriendo.
Pues lo dicho, Belisario encumbrado como uno de los más grandes generales de la historia y llega el momento de recibir su premio, es llevado a Constantinopla y juzgado por corrupción, el juez un tal Procopio de Cesarea, quien a pesar del nombre nació de parto natural y ojo, sin epidural, viejo enemigo del bueno de Belisario, el juicio era un poco como los de las pelis de Manolo Escobar y Conchita Velasco (Qué gran título «Me Has Hecho Perder el Juicio») y resultó culpable y condenado, pero, Justiniano, una vez cumplida su aspiración de defenestrar y dejar el nombre de su general por los suelos, se hizo el magnánimo (joder qué de palabras chulas me salen hoy) y le perdonó, eso sí, a cambio un par de pequeñeces, sacarle los ojos (bueno, en realidad esto no es más que leyenda, pero como he tomado partido lo doy por válido y punto) y condenarle a ejercer la mendicidad (esto tampoco debe de ser muy cierto, pero lo dicho, yo digo que es verdad y acabose).
Lo cierto cierto es que Justiniano nunca tragó a Belisario y no cejó en el empeño de ensuciar su nombre y acabar con su carrera militar, ojo, que hay historiadores que sí afirman que Belisario acabó sus días pidiendo limosna, tal y como afirma la leyenda, en todo caso murió olvidado, a pesar de que durante sus campañas aumentó el tamaño del imperio más de un 40 %, como además vivió en una época bastante oscura, la Alta Edad Media, a pesar de sus logros su nombre quedó un poco en el olvido, durante los siglos siguientes se le recordó más como leyenda que como personaje histórico, me refiero con lo de leyenda no a como a mí se me recuerda en las discotecas de mi época veinteañera, sino como una figura más literaria que otra cosa, incluso fue considerado algo así como un santo (sin el significado religioso del término), figura utilizada en poemas, esculturas, pinturas e incluso biografías, «Life of Belisarius» de Philip Stanhope o “El conde Belisario” de Robert Graves.
Figura controvertida sin duda, lo mismo puedes leer de él que era un hombre humilde como que era un traidor, honorable como terco y ambicioso, lo cierto quizá es que como siempre ni tanto ni tan calvo, eso sí, hoy en día Belisario sigue siendo el héroe que dio todo por su emperador y nunca recibió nada a cambio, me resulta bastante curiosa la historia de Justiniano y nuestro gran general, incluso en otra medida puede ser aplicable a muchas de las cosas que vivimos hoy en día, hay que tener cuidado con ser demasiado eficientes, porque oscurecer al de arriba puede ser mortal de necesidad, y más ahora con la reforma laboral 😀
Uno de los últimos temas de Within Temptation para la posdata, «In the Middle of the Night»