El Mahdi sudanés.

Gracias a películas como «Las Cuatro Plumas», que a pesar del nombre no es gay, hemos conocido un poquito así por encima la historia colonial inglesa en el norte de África, en Sudán más concretamente, hoy voy a hablaros de un tipo de esa época, que se proclamó a sí mismo como el Mahdi, una especie de profeta, un Jesucristo vaya, que creó un vasto mas efímero imperio, que le echó un poco de jeta al asunto y que participó, aunque en la segunda mitad un poco involuntariamente, en una versión mejorada del «ojo por ojo y diente por diente».

Hablamos por supuesto de Muhammad Ahmad, líder religioso sudanés, figura importantísima en la segunda mitad del Siglo XIX. Joven, muy joven, apenas superada la veintena, ya tenía su propia orden religiosa, los llamados Sammanujah, era de los durillos no te creas, para mí que era vasco puesto que predicaba una vida de total abstinencia de vicios varios, qué decir del sexo, así somos los vascos, no es que no mojemos por incapaces, no, es por elección propia.

Ciertamente el tipo debía de ser bastante carismático, ya que en nada logró reunir varias tribus del Sudán, por entonces egipcio, para levantarse en armas, consideraba el Egipto de la época como un estado títere (no le faltaba razón) del imperio inglés, tuvo éxitos, logró varias victorias militares que le posibilitó eso que comentaba antes, formar su propio imperio musulmán basado en la virtud, la atención a la espiritualidad, dios y demás, debía de ser el suyo lo más parecido al integrismo musulmán actual.

Entre esos éxitos militares claro, Jartum, famosa la batalla, la menciono simplemente por asomar la figura del defensor de la plaza, Charles George Gordon, pobre, lo metemos en la historia para matarlo, yo no ojo, lo mataron los de Ahmar (vaya tela que con ese apellido se dedicara a todo menos a amar), no sólo le mataron, sino que además le decapitaron y se fueron por ahí durante días chuleando con la cabeza en plan despedida de soltero pero cambiándola por el novio.

Dicen las malas lenguas que el Ahmad este era un poco sádico, que le gustaban las tácticas así de meter el miedo a los enemigos, que a cada victoria le sucedía un ensañamiento con los caídos rivales cosa fina, con el ansia de impresionar y por qué negarlo, acojonar, a los refuerzos y relevos. Dicen también que él predicaba lo de la vida monacal y tal, pero que se lo montaba de cojones en su harén.

Esto hacía que los soldados suyos fueran a verle en plan «maestro, que nosotros también queremos follar y esas cosas, a ver cuándo nos toca», «en la otra vida hijos míos, no seáis cagaprisas», sí, lo que él disfrutaba en esta lo prometía para los suyos en la siguiente vida, y los otros claro, le creían, cosas del fanatismo y eso, «vosotros pelead bien, matar a esos impíos, machacadles bien machacados, hacedme rico y poderoso mientras me cepillo a estas mozas y si tenéis la suerte de caer en combate cuando vayáis al cielo os podréis hartar, mientras tanto ni pajas, ¿me oís?»

Un tipo con una vida la verdad que intensa, para cuando tenía poco más de 40 tacos la palmó, ahora entra en juego otro inglés, Horatio Kitchener, personaje este que tiene tela, si el otro (no sé si se notó) me cae mal este ni te cuento, en Sudán aún se contuvo, pero Horatio no pasó a la historia por sus andanzas en el norte africano, sino en el sur, en las guerras boers, pero eso para otro día.

Horatio Kitchener fue el que deshizo el imperio que Ahmad montó con tanto esfuerzo (de sus soldados se supone), logró la victoria decisiva victoria en la batalla de Omdurmán, más de diez años después de la muerte del cabecilla sudanés. Gana y recupera todo el territorio perdido, ¿qué hace? Cualquier se iría a celebrarlo y tal, él no, él tenía entre ceja y ceja Jartum y el destino de Gordon.

Asín que se dedicó a buscar la tumba de su gran enemigo, la encuentra y profana el cadáver, con una única intención, cortarle la cabeza para poder usarla de cenicero.

Da gusto comprobar que antaño las guerras eran otra cosa, de caballeros y eso, donde el honor y el respeto hacia el contrario imperaban, lo cierto es que tú te pones a pensar cuál de ambos te parece menos malo y dudas, acojonante.

Within Temptation para la posdata, tampoco se deciden entre «Fire And Ice».