El dinero no da la felicidad, que lo sepas.

Flácido era un hombre que daba siempre la mano flácidamente, pero en los negocios era un hacha, a hacer negocios y al follar no le ganaba nadie, era también muy aficionado a refranes y frases hechas, «intentarlo es el primer paso para conseguirlo», así que cuando quiso aprender a volar se tiró de la azotea del más alto edificio de su pueblo y se estrelló contra el suelo, el golpe no le mató ya que el más alto edificio de su pueblo era una pequeña choza de apenas dos metros, pero cuando estaba ahí de rodillas lamentándose del golpe recordó lo de «es mejor morir de pie que vivir de rodillas», se levantó y se mató él mismo.

Mas en su lápida ponía «Flácido, siempre te recordaremos», y claro, hay otra frase que dice más o menos que nadie muere del todo mientras se le recuerde, así que resucitó, «estoy hasta los huevos de las putas frases, esto es un sinvivir», dijo el pobre, pero para que me entiendas su historia con las frases hechas es como la de un fumador compulsivo, sabe que le mata, pero no puede dejarlo, así que un día Flácido recordó esa bonita frase de «el dinero no da la felicidad».

Mas Flácido entendió que antes de tirar todo su dinero y convertirse en pobre de remate debería asegurarse de que en efecto, el dinero no daba la felicidad, así que vio a su alrededor, a sus compas ejecutivos de altas esferas y luego fue al barrio más marginal de la ciudad más marginal del país más marginal, pobres era poco, engordaban hasta a los piojos para poder comer marisco, «no hay duda, comprobado, me arruinaré».

Y se arruinó, ni un puto duro, «cuanto más pobre me haga más feliz seré», se dijo, con cuatro trastos se dirigió debajo de un puente a acomodarse, era feliz, como nunca, sin preocupaciones, nada, más feliz imposible, incluso cuando una panda de pobres le robó lo poco que tenía él se decía «qué suerte, todavía más pobre seré, soy tan feliz que voy a reventar de felicidad».

Mas a Flácido le podía el orgullo, «voy a ir a regodearme donde mis antiguos colegas, porque más feliz que estoy ahora no lo estuve nunca, llevo dos días sin comer más que el catálogo de cestas de navidad del corte inglés, se van a morir de envidia». Y fue al club donde se reunían la panda de infelices.

Allí vio a Manolo, su antiguo socio, le miró en la distancia, estaba el Manolo apretándose una parrillada de marisco, de las de langostino de cabeza gorda, encendiéndose un puro con un billete de 100 pavos, pasándose por el forro la ley antitabaco, «si vienen a multarme le suelto la pasta de la multa, otros 500 pavos y le invitó a fumar también al inspector». Flácido se consumía de pensar en lo que iba a fardar de su felicidad cuando vio que Manolo encima estaba con un par de chavalas de buen ver peleándose por comerle el ciruelo.

«Qué infeliz se le ve», «claro, si está forrado el hijoputa, así cómo hostias va a ser feliz», Flácido recordó esos días tristes en los que se corría juerga tras juerga con Manolo, lo putas que lo pasaban viajando de ciudad en ciudad alojándose en los más lujosos hoteles, «cómo pude soportar tanto sufrimiento». Evocó las depresiones que le producían los viajes en yates del tamaño del Titánic, esa sensación de angustia y dolor al estrenar cada dos por tres BMW, Mercedes o cualquier otra de las berlinas de alta gama con las que tenía que convivir en sus días de millonario.

No pudo aguantarse más, entró, miró a Manolo y le espetó «Manolo, mírame, flipa lo feliz que soy, aquí con el marca de hace tres semanas como única vestimenta, que te lo tengo dicho, el dinero no da la felicidad, ¿no me ves?, sin dónde caerme muerto ando, pena, eso es lo que me das al verte peleando con esa cola de langosta a la plancha, a mí no me da ni para la cascarilla».

Y Manolo lo miró, lo vio tan inmensamente feliz que se murió de envidia, «joder Flácido, qué feliz se te ve, tan pobre, me uniría a ti, pero soy un puto pesimista de la vida, me gusta sufrir, disfruto siendo infeliz, ya me jode no poder ser tan feliz como tú, ahora mismo voy a zumbarme a estas dos y lloraré de la pena mientras lo hago, ahogaré las penas en ese wiskito tan viejo que tiene la etiqueta en jeroglífico egipcio, ve y sé feliz Flácido, disfruta de la vida mientras yo tengo que sufrir podrido de dinero y lujos, si pretendías que me muriera de envidia lo has conseguido macho, qué cabrón, cómo te regodeas, si se te ven todas las costillas de lo flaco que estás, qué puta felicidad irradias».

Y Flácido se marchó soltando unas risotadas de placer por su triunfo, «ya verás cuando le cuente a mis colegas pobres lo desgraciado que es el pobre Manolo».

De fondo podríamos poner «Get the Hell Out of my Way», remake que hicieron en 2011 de un viejo tema también suyo, durante toda su trayectoria Krypteria fueron y son como Manolo, unos tristes, todo el día ahí con el planeta que se nos muere y tal, deben de ser la mar de ricos porque sus canciones suenan siempre tremendamente tristes, parece que disfrutan con el tema y todo, curiosamente esta canción se escapa y mucho a lo habitual en ellos, suena optimista de cojones, pegadizo y vaya, creo que hasta te pudiera gustar.