Mi segundo drama, la historia de los topillos.

En la entrada de maltratos animales alguien, no vamos a dar nombres, se dedicó a la demagogia más demagógica, sacando sin venir a cuento a topillos y demás, la querida Emy quedó con ganas de profundizar más en el tema de los topillos, así que nada, para quitar el mal sabor de boca haremos una entrada contando el asunto de los topillos de manera delicada y sobre todo sin manipulaciones, sentimentalismos baratos y demás.

Erase una vez que se era una bonita topita llamada Delicada, vivía feliz con su mamá en su madriguera, su madre, como todas las madres de topos, se llamaba Topota Madre, Delicada pasaba los días ayudando a su mamá a recolectar comida del campo vecino, campo al que accedían por una serie de complicadas galerías hechas durante generaciones de topos, su mamá era viuda y tenía una prole de 26 topitos pequeñitos y adorables.

Cierta mañana de invierno Delicada despertó de sus dulces sueños de topilla y sintió un calorcillo la mar de rico, «ya era hora que instalaran calefacción central» se dijo, pero poco después su madre, alterada, le advirtió que los malvados humanos estaban prendiendo fuego con gasolina a su madriguera, «no les guardes rencor hijita, pero salva a tus hermanitos, por el amor del dios topo, yo intentaré hacer tiempo echando topomeadas a ver si lográis huir».

Aprovechando el sacrificio de Topota Madre Delicada escapó con sus 24 hermanos vivos, ya que dos, aun recién nacidos, sucumbieron a las llamas entre alaridos de terror, dos inocentes vidas sesgadas por la maldad del ser humano, «¿por qué son tan hijoputas?» preguntó Graciosa, la decimocuarta de la prole, «somos molestos porque al parecer nos comemos sus cosechas», respondió Delicada, «pero de algo tendremos que vivir», advirtió Dientitos, el más pequeñín y adorable de los topitos supervivientes.

Tras varias horas corriendo, tiempo en el que otros dos topitos, Sonriente y Educado, fallecieron por el humo y los gases tóxicos, vieron a lo lejos una manifestación por los derechos de los animales, «qué suerte, ellos nos protegerán, vamos vamos hermanitos, corramos hacia esos amables humanos».

Fue llegar y empezar el jaleo, desde las filas de los defensores de los derechos animales alguien chilló, «RATAS, UNA INVASIÓN DE RATAS¡», «MATÉMOSLAS», «ASÍ NO, QUE SUFRAN, PROPAGAN ENFERMEDADES», y otros diez topitos murieron a pedradas, palazos, pancartazos con el lema «no a la violencia contra los animales», pancartazos con el lema «también son seres vivos, protégelos» y golpes con el megáfono con el cual gritaban consignas a favor de la vida y contra los ataques con armas químicas.

«Serán hijosdeputa», pensó Delicada, «pues a nosotros bien nos gasean y nos queman, claro, como somos pequeñitos no sufrimos, si mi padre le hubiera sido infiel a mamá con una zarigüella al menos esta tendría cuernos y supongo que nos ayudarían, como a los toros». «Enfermedades dicen, ¿qué enfermedad más mortífera puede existir que el ser humano que en apenas unos minutos ha dejado mi familia de adorables y tiernos topillos a punto de la extinción?».

Delicada y sus once hermanitos vivos continuaron vagando subsistiendo de lo que iban recuperando de las basuras del ser humano, cuatro, Chiquitín, Tiernita, Bigotitos y Mullidita no pudieron recuperarse de las heridas y murieron ante las lágrimas del resto, que a pesar de todo juraron no guardar rencor al hombre y fueron en busca de un hospital, ya que Dicharachero tenía los pulmones en las últimas y casi agonizaba, un trasplante era la única solución y sus hermanos se peleaban por tener el honor de ser ellos los donantes, todo bondad la de los ocho topitos.

Llegaron a un centro médico y allí tras ser capturados todos acabaron sus días víctimas de experimentos médicos tan necesarios para fabricar crepecepelos, «putos calvos de mierda, ojala les crezca la polla», pensó Delicada justo cuando el bisturí abría su tierna tripita entre estremecedores chillidos, no por ella, sino por no poder salvar al menos a uno de sus hermanitos.

He ahí la explicación de que los calvos estemos tan bien dotados, en fin, pasemos ya a la posdata, Dover y uno de sus grandes clásicos, «Serenade».