El hombre que daba la mano flácida, pero optimistamente.

El hombre que daba la mano flácidamente siempre fue optimista, hay quien piensa que alguien que da la mano flácidamente no puede ser optimista, como si tuviera que ver los cojones con comer grillos, Flácido siempre encontraba el lado bueno de las cosas, hasta pensaba que los pesimistas lo eran por no ver que da igual que la botella esté medio llena o medio vacía, lo importante es tener más botellas.

Siempre compartía las botellas de leche con su novia, tenía una novia preciosa, ganada precisamente por su eterno optimismo, a ella le hacía sentir bien, tanto que un día se lió con su mejor amigo, llegados a este punto tendrás la tentación de pensar que nada tiene que ver una cosa con la otra, lo sé, pero es que era así de japutas, «te he puesto los cuernos porque me hacías sentir bien», le dijo a Flácido, Cualquier otro se hubiera hundido, Flácido no, pensó enseguida en la parte buena del asunto, la leche me durará el doble, y eso la de las botellas, la otra ni te digo, para cuando salgan los espermatozoides tendrán hasta diez años cotizados.

Cierto día Flácido fue al super a buscar paños para limpiar el polvo, le tocaba, ya que no los echaba al menos quitarlo, al volver vio que su piso ardía, «de puta madre, así ya no tengo que limpiar el polvo», así era Flácido, siempre buscando el lado bueno de las cosas. Pensó que era la excusa perfecta para, por fin, poder irse a vivir con su novia, luego reparó en que era más que probable que le dijera que no, puesto que ahora dormía con la cadenita del otro sobre la nuca, «bueno, en la sala estaba también su foto, ahora arderá como lo bruja que es».

Estaba pensando en qué hacer para poder dormir en condiciones cuando vino un trolebús del tamaño de un trolebús y le endiñó tal hostia que la cosa dio para ocho meses de hospital, «de puta madre, ocho meses con pensión completa y enfermeras cachondas con uniformes seis tallas más pequeños de lo que sus generosos pechos exigirían», así era Flácido, siempre contento.

Cuando salió, por fin, atracó un banco, le daba igual el resultado, si era exitosa la empresa dispondría de dinero para el alquiler, si salía mal otra temporada a pensión completa, y encima a la sombra, y encima podría vengarse de su novia, él también dormiría ahora con cadenitas en la nuca, jamás tuvo tanto sexo como en su larga temporada en el trullo.

Lamentablemente nada dura para siempre, así que al salir se puso a buscar trabajo, fue poner en su currículum que se le daba bien robar y las ofertas le llovieron, hasta del banco que atracó, ansioso de gente dispuesta a explorar las posibilidades de nuevas comisiones para sangrar a la clientela, le llamaron del departamento de facturación de timofónica, de un taller mecánico, hasta de la consulta de un dentista, si algo sobraba eran negocios turbios donde robar a mano armada a la gente.

Llegó un día en el que empezó a dolerle el procopio, acudió al médico y este le dijo que le quedaban dos horas de vida, que la procoscopitis aguda que sufría desde niño se le había desarrollado, tanto que hasta tenía tetas, «mi más sentido pésame señor», le dijo, mientras le daba la mano, mano que Flácido, obviamente, tomó flácidamente, a cualquiera le hubiera derrumbado tales nuevas, a él no, otro porrón de años sin tener que preocuparse de dónde dar con su cuerpo, encima le vendría hasta bien, porque estaba fondón, y si algo está demostrado en esta vida es que no hay mejor dieta que la muerte, todos se quedan en los huesos.

Y mientras hacía planes para el cementerio Flácido se puso en el mp3 a Charon, concretamente el tema «Sister Misery».